jueves, 9 de mayo de 2013

Los pájaros de Los pájaros

Los anímales en Austin también son peculiares y hay por todas partes. Aquí enfrente del escritorio tengo una piruleta comestible con un escorpión muerto que me regalo el Sr Hache cuando íbamos para Miami. Dicen que hay tarántulas y otros bichos del demonio, culebras, cáscabeles, unicornios. Yo miro cada vez que me acuesto o entro en el baño para no llevarme una sorpresa. Ya sabéis que no me van mucho las sorpresas y más si no hablan mi idioma. Esta mañana una ardilla esperó que pasara para subirse en su árbol. Hoy venía Obama a la ciudad y ella estaría pendiente de cualquier desconocido por si era para darme un curriculum o un abrazo. No sé porque estoy escribiendo con frases cortas mientras como fruta. Será por eso. Pero yo venía a hablar de los pájaros de Austin que son igualitos que Los Pájaros con los que salía Hitchcock en un póster promocional de esa gran obra maestra del terror psicológico y del otro. Son negros, grandecitos y con el pico puntiagudo y alargado. Hacen un sonido parecido al que hace los semáforos en España para que pasen los ciegos y los despitados. Yo tengo miedo que me caguen encima porque en la agencia de aquí no me conocen demasiado y creerían que no tengo lavadora (tengo lavadora y secadora, que es una cosa maravillosa). En España todos comentarían "a qué no te crees lo que le ha pasado al Lolo" y la sumarían a todas esas cosas que me pasan de manera extraña. Recuerdo en mi primera entrevista de trabajo en Cádiz, para una escuela de español para extranjeros, recién graduado y con los nervios imposibles del encuentro (en Cádiz te puede salir una entrevista cada dos años)cruzaba la Plaza España tras bajarme en los Comes y al pasar debajo de un árbol se me cago una paloma en el hombro izquierdo de mi polo Lacoste blanco. Una tragedia, pero conseguí el trabajo y quitar la mancha. Aquí en Austin los pájaros no cagan a extraños pero imitan a los semáforos de España cuando yo paso con ese malhumor que a veces gasto conmigo mismo para no gastarlo con los demás.

lunes, 29 de abril de 2013

La ciudad que sonríe


En el Cádiz de Teófila Martínez, la de los papeles de Bárcenas y la de la represión constante, la del record de parados pero los árboles bonitos, las plazas limpias y los jóvenes exiliados, una vez, hace tiempo, se adoptó este slogan como el que adopta a un niño que no quiere. La ciudad que sonríe en lugar de La ciudad de la que se descojonan, un claim tan inocuo como embustero. Porque como dice mi amigo Loren lo que hace a los gaditanos únicos es la malaje y no la simpatía, pero es necesario exportar nuestra fama de fofitos por todo el mundo. Así se nos olvida que en otra época luchamos contra la injusticias y contra nuestro sino. Ahora hacemos reír con un carnaval de mierda que casi no conserva nada esencial ni necesario. Además, que coño, es mentira. La ciudad que sonríe es Austin, bien grande y por todas partes. En el autobús, en la calle, en los restaurantes. La gente te aborda desde el principio desde la bonhomía y luego ya te preguntan de dónde vienes y por qué y hasta cuando. A Austin sí se le podría llamar así: La ciudad que sonríe. Aunque también se le podría poner La ciudad que habla sola porque el número de locos que andan sueltos y a su ritmo es realmente alto. Quizá sea por ser el reducto liberal del estado tejano o quiza porque yo no tengo coche y tengo que ir en autobús a horas extrañas, pero es que estoy viendo grandes personajes y sin necesidad de que obre el levante de mi pueblo. Austin sonríe todo el rato y yo voy con grandes vasos de cartón de café para poder aguantar el ritmo de su carcajada

miércoles, 24 de abril de 2013

Arrive America


"La primera vez que uno llega a los EEUU tiene que pasar por todo esto. Las siguientes veces también". Eso me decía un bailarín cubano antes de que el más simpático de todos los rangers, el que había elegido él tras observar a todos los demás, descargara en mí su momento malo del día. McEwan, que espero que no se llamara Ian, dejó pasar a todo el mundo menos a mi, que acabé en segundas nupcias con la aduana en una habitación de donde salía gente con guantes. Aquí tiene su casa era la única frase que se construía con facilidad en mi cabeza. Alli tras un mal rato no demasiado malo, el que hablaba español habló conmigo y lo comprendió todo. Era superfácil, qué había pasado, por qué tú y yo hemos tenido que llegar a esta situación. "La próxima vez traiga señor un papel en inglés firmado por su agencia y no habrá problemas señor". Gracias querido, muchas gracias, le dije y accedí al aeropuerto de Philadelfia en condición de persona normal dentro de mis posibilidades. Me compré mi primera Coca Cola y mi primer perrito, pagué con mis primeros dólares, miré a las primeras personas curiosas y por primera vez quise dominar el inglés ya cuando unas empleadas afroamericanas de diferentes edades se partían de risa con una que contaba una anécdota con gracia y salero de Philadelfia. El avión a Austin era una caja de zapatos comparado con el anterior pero me sentí más cómodo e incluso pude dormir al lado de un señor más grande que yo.