lunes, 29 de abril de 2013

La ciudad que sonríe


En el Cádiz de Teófila Martínez, la de los papeles de Bárcenas y la de la represión constante, la del record de parados pero los árboles bonitos, las plazas limpias y los jóvenes exiliados, una vez, hace tiempo, se adoptó este slogan como el que adopta a un niño que no quiere. La ciudad que sonríe en lugar de La ciudad de la que se descojonan, un claim tan inocuo como embustero. Porque como dice mi amigo Loren lo que hace a los gaditanos únicos es la malaje y no la simpatía, pero es necesario exportar nuestra fama de fofitos por todo el mundo. Así se nos olvida que en otra época luchamos contra la injusticias y contra nuestro sino. Ahora hacemos reír con un carnaval de mierda que casi no conserva nada esencial ni necesario. Además, que coño, es mentira. La ciudad que sonríe es Austin, bien grande y por todas partes. En el autobús, en la calle, en los restaurantes. La gente te aborda desde el principio desde la bonhomía y luego ya te preguntan de dónde vienes y por qué y hasta cuando. A Austin sí se le podría llamar así: La ciudad que sonríe. Aunque también se le podría poner La ciudad que habla sola porque el número de locos que andan sueltos y a su ritmo es realmente alto. Quizá sea por ser el reducto liberal del estado tejano o quiza porque yo no tengo coche y tengo que ir en autobús a horas extrañas, pero es que estoy viendo grandes personajes y sin necesidad de que obre el levante de mi pueblo. Austin sonríe todo el rato y yo voy con grandes vasos de cartón de café para poder aguantar el ritmo de su carcajada

miércoles, 24 de abril de 2013

Arrive America


"La primera vez que uno llega a los EEUU tiene que pasar por todo esto. Las siguientes veces también". Eso me decía un bailarín cubano antes de que el más simpático de todos los rangers, el que había elegido él tras observar a todos los demás, descargara en mí su momento malo del día. McEwan, que espero que no se llamara Ian, dejó pasar a todo el mundo menos a mi, que acabé en segundas nupcias con la aduana en una habitación de donde salía gente con guantes. Aquí tiene su casa era la única frase que se construía con facilidad en mi cabeza. Alli tras un mal rato no demasiado malo, el que hablaba español habló conmigo y lo comprendió todo. Era superfácil, qué había pasado, por qué tú y yo hemos tenido que llegar a esta situación. "La próxima vez traiga señor un papel en inglés firmado por su agencia y no habrá problemas señor". Gracias querido, muchas gracias, le dije y accedí al aeropuerto de Philadelfia en condición de persona normal dentro de mis posibilidades. Me compré mi primera Coca Cola y mi primer perrito, pagué con mis primeros dólares, miré a las primeras personas curiosas y por primera vez quise dominar el inglés ya cuando unas empleadas afroamericanas de diferentes edades se partían de risa con una que contaba una anécdota con gracia y salero de Philadelfia. El avión a Austin era una caja de zapatos comparado con el anterior pero me sentí más cómodo e incluso pude dormir al lado de un señor más grande que yo.